martes, 26 de febrero de 2013

Un fugaz paso por la vida


Joaquín, Paula y José. Eran tres bebés que nacieron en la postguerra, en la Extremadura profunda, en una pequeña aldea llamada Montemolín, al sur de Badajoz. Grandes trigales se extienden a ambos lados de la carretera sinuosa que conduce al pueblo, que se alarga a los pies de su castillo, a la sombra de muchos siglos de historia.
Los tres hermanos pasaron por la vida como tres estrellas fugaces, que con velocidad surcan el cielo y desaparecen, apagándose su fulgor en la inmensidad. Del cálido refugio del vientre materno salieron a una existencia dura y hostil para pelear durante una vida que tan solo duró unas pocas horas o unos cuantos días. Nacieron con su sistema inmunológico muy débil y no soportaron las exigencias de una vida destinada solo a los más fuertes. Sin apoyo médico y sanitario, porque en aquel tiempo se carecía de medios para hacer frente a las enfermedades, estos bebés lucharon por sobrevivir. El frío, la pobreza y la falta de recursos los vencieron.
José, Paula y Joaquín solo pudieron acariciar con sus deditos un intervalo muy corto de vida. Joaquín y Paula eran mellizos. Juntos se abrieron a la vida, juntos pudieron paladearla durante un tiempo breve y juntos, casi de la mano, sus corazones dejaron de latir. Sus juegos infantiles se limitaron a los meses en que compartieron el seno de su madre, nadando placenteramente en su vientre. No pudieron disfrutar del aire puro, ni del sol, ni recorrer los campos y los caminos de su pueblo natal.
Cuando el primero murió, el otro, quizás por esa misteriosa complicidad que hay entre los hermanos que son engendrados juntos, lo siguió a los pocos días. Al año siguiente nació José, que murió a los pocos meses, como siguiendo el camino invisible trazado por sus hermanitos mayores.
Juntos reposan los tres, en la tierra silenciosa del camposanto, bajo el sol y el aire que peina los trigales que nunca pudieron contemplar.
La vida en la tierra es un camino; largo para unos, muy corto, fugaz, para otros. Joaquín, Paula y José iniciaron muy pronto ese otro itinerario, que comienza con la muerte terrena y que se prolonga por los senderos infinitos del cielo. Sé que, algún día, cuando yo también termine mi aventura aquí abajo, os encontraré, podré llamaros por vuestro nombre y miraros a ese rostro, ya resucitado, que no pude conocer. Nunca pudimos reunirnos todos en la tierra, pero estoy seguro de que llegará el día en que todos los hermanos nos encontraremos en el cielo.
 Joaquín Iglesias Aranda
12 febrero de 2013

domingo, 25 de enero de 2009

Una historia con ecos bíblicos

El recién nacido hallado me recuerda el episodio de Moisés, cuando es encontrado a orillas del Nilo. Moisés significa “salvado de las aguas”; el niño encontrado fue salvado de la riada de la indiferencia y de las olas de la desesperación. El nombre de Cordero también me evoca las alusiones bíblicas a Jesús, como cordero de Dios. Si a través de María se hizo posible la encarnación del amor en su hijo, aquella buena mujer, María Cordero, hizo posible otro nacimiento. La Iglesia asumió la maternidad espiritual del nuevo bautizado, que se convirtió en hijo de Dios y en pastor. Moisés y David son personajes bíblicos que se convierten en líderes de su pueblo. La figura del pastor también está ligada a Jesús de Nazaret. San Juan, en sus parábolas, llama a Jesús el pastor que cuida a sus ovejas.

El pastor emprendedor

Con ese pequeño bebé, desconocido y abandonado, se inició una larga historia que llegaría hasta hoy. Aquel niño se convirtió en un pastor emprendedor que reunió mucho ganado y fue responsable de una enorme hacienda. Su habilidad para los negocios le llevó a aumentar el patrimonio hasta convertirse en un prestigioso ganadero de la comarca. Así lo recordaban sus hijos y nietos.

El niño abandonado se convirtió en niño hallado. Jayao fue el mote que los habitantes del pueblo le dieron a él y a sus descendientes. El bebé que había derramado lágrimas de desamparo conoció el calor y la alegría de un hogar generoso; de la incertidumbre pasó a una existencia llena de ilusiones y proyectos. Todo esto fue porque, en una noche oscura, el niño abandonado en una repisa fue recogido por una familia que le brindó un hogar. Unas manos cálidas y unos brazos que lo mecieron con ternura cambiaron el porvenir de mi bisabuelo, el primero de mi linaje.

Joaquín “de la Iglesia” se casó con Dolores Morón. Tuvieron seis hijos: Baldomero, Agustín, Francisco, Agustina, María y Rafael. Agustín Iglesias Morón es mi abuelo paterno.

domingo, 11 de enero de 2009

El niño hallado -el jayao

Los orígenes de mi familia se remontan a una historia con sabor a epopeya bíblica. Una oscura noche de invierno, un bebé fue encontrado en la repisa de una ventana de la calle Corredera, en el pueblo de Montemolín (Badajoz). El recién nacido lloraba de hambre y de frío. Era la madrugada del día 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes, del año 1865.

La dueña de la casa escuchó unos golpes. Cuál fue su sorpresa al abrir los postigos y encontrarse con un bebé, envuelto en un paño y metido en una canastilla. El cielo aún era oscuro y estaba salpicado de estrellas.

María Cordero acogió al niño en su cálido regazo, preguntándose quién debía ser, de dónde venía, y por qué dolorosa razón lo habían dejado allí. Nadie logró averiguarlo. Quizás era un designio de Dios... Desde entonces, el bebé entró a formar parte de su familia.

Como buena cristiana, María llevó al niño a la iglesia y lo hizo bautizar. Llamaron al pequeño Joaquín “de la Iglesia”, pues antiguamente a los bebés abandonados les apellidaban así, por considerar que Dios los había puesto en manos de la madre Iglesia. Era una forma de expresar el compromiso de ésta al acoger al nuevo bautizado. De aquí viene el apellido Iglesias de nuestra familia.

Además de ser hijo de Dios por el bautismo, la Iglesia asumía la paternidad del recién nacido, y así quedó recogido en el registro bautismal de la parroquia de Montemolín.

Esta es la trascripción de la partida de bautismo:

«En la villa de Montemolín, provincia de Badajoz, priorato de León, a veintinueve de diciembre de mil ochocientos sesenta y cinco. Yo, D. Manuel Duran y Sanguino, Ldo. Cura propio de la única Iglesia Parroquial de la misma, bauticé solemnemente a un niño que en la noche del día anterior fue expuesto en la ventana de la casa que en la Calle de la corredera habita Juan Manuel Cordero, envuelto en un pañuelo de paño claro, metido en una espuerta de palma; no se sintió más que unos golpes, y no se le encontró papeleta de estar bautizado: es hijo de Nuestra Sta. Madre Iglesia. Fueron sus padrinos sola Dª María Cordero, a la que advertí el parentesco espiritual y su obligación, testigos Francisco Rodríguez y Higinio Reyes. Y para que conste lo firmo,
Ldo. Manuel Duran y Sanguino
Se le puso por nombre Joaquín, Manuel, Agustín.»

domingo, 13 de enero de 2008

Presentación

Me llamo Joaquín Iglesias Aranda. Nací en Montemolín (Badajoz) el 30 de agosto de 1956. He decidido abrir este blog movido por la gratitud hacia la historia que ha hecho posible mi existencia. Mi deseo en estas páginas es profundizar en los orígenes de mi familia y transmitir a familiares y amigos aquellos conocimientos sobre nuestras raíces que poco a poco vaya adquiriendo.